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viernes, 14 de noviembre de 2025

Cómo no lamentar tus palabras


El que guarda su boca y su lengua, Guarda su alma de angustias.
Proverbios 21:23 (NBLA)

Eran unas vacaciones de fin de semana de chicas. Unas mejores amigas y yo llevamos a una nueva amiga a pasar el tiempo comprando ropa de segunda mano, cenando fuera, paseando por el hotel y charlando mientras tomábamos café. Era el descanso que necesitaba desesperadamente, y todo había salido bien… al menos hasta el viaje de vuelta.

La nueva amiga hizo una broma sobre su aspecto físico. Cuando terminó de hablar una incomodidad permeó el ambiente. Siempre dispuesta a llenar el silencio, decidí intervenir, haciendo una broma autocrítica sobre mi propio aspecto. Pero no resultó muy gracioso. De hecho, aunque no fue mi intención, pudo haberse interpretado como algo ofensivo.

La conversación cambió, pero durante el resto del viaje no dejé de darle vueltas a lo que había dicho, acumulando sentimientos de vergüenza y estupidez, convirtiéndolas en una gran bola de lamento.

A menudo he deseado haberme guardado mis palabras, deteniéndolas en el momento de pensarlas, antes de que salieran de mis labios. ¿Cómo podemos aprender a ponerle un candado a nuestros labios, evitando que provoquen remordimiento o amistades fracturadas?

Proverbios 21:23 nos da algunos consejos: “El que guarda su boca y su lengua, Guarda su alma de angustias”.

La palabra hebrea original para “guarda” aquí implica colocar un seto alrededor de algo. Los setos protegen, impidiendo que las cosas se escapen o entren. Cercar con un seto tampoco es algo que se pueda erigir apresuradamente. Requiere previsión.

Por ejemplo, siembro un seto de caléndulas alrededor de mi jardín a principios de cada primavera. A los conejos, que adoran comer zanahorias, no les gusta comer caléndulas. Por lo tanto, se mantienen alejados. Pero para tener éxito, debo pensar con anticipación y plantar esa barrera temprano.

Encerrando nuestras palabras con una cerca, es decir pensar intencionalmente en ellas antes de que salgan de nuestros labios, puede ahorrarnos muchos problemas e incluso evitar que cometamos pecados. Quizás deberíamos adoptar algunas “reglas de la lengua” para cuidar nuestra boca:

Si sentimos un jaloncito en nuestro espíritu que algo que pensamos decir podría ofender a otros, podemos cerrar los labios, guardándonos esas palabras.

Si tenemos convicción por sentir un poco de alegría cuando estamos a punto de decir algo, sabiendo que es una puntada que podría menospreciar o burlarse de alguien, podríamos detener los comentarios sarcásticos antes de lanzarlos.

Si percibimos que una conversación se está convirtiendo en chisme, podríamos controlarnos poniendo fin a la conversación o al menos cambiando de tema.
Hoy, evitemos que las palabras imprudentes salgan de nuestros labios, y en su lugar formemos una cerca alrededor de ellas en la fase de pensamiento, reemplazándolas con palabras amables y productivas, o incluso, ocasionalmente, con un silencio de bendición.

Querido Dios, ayúdame a poner una guardia sobre mi boca, prestando atención a lo que voy a decir y discerniendo si es sabio o no. Quiero que mis palabras te agraden. En el Nombre de Jesús, Amén.

Fuente: Proverbs31.org

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